“La guerra contra TikTok es solo la parte más visible de la confrontación chino-estadounidense”

min estos días de acusación de Donald Trump, el planeta está alarmado por una América cada vez más desgarrada, al borde de la guerra civil. Permítaseme aquí preocuparme también por estos momentos de unión sagrada que inclinaron a Estados Unidos hacia el macartismo, del nombre de la caza de brujas contra los comunistas cometida en la década de 1950 por el senador Joseph McCarthy (1908-1957). Estados Unidos experimentó la locura de la guerra en Irak en 2003, cuyos motivos todos conocían excepto los estadounidenses (armas de destrucción masiva y complicidad con Al-Qaeda) eran espurios. Están al borde del colapso con Beijing: la audiencia del CEO de TikTok, Shou Zi Chew, en el Congreso de los Estados Unidos el 23 de marzo revela que la relación con China está en picada.

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La sesión del Congreso incluye más acusación que audiencia. TikTok está acusado de corromper a la juventud, pero ¿es peor que Facebook-Instagram? – y enviar los datos personales de los estadounidenses al Partido Comunista Chino (PCCh). A su director ejecutivo se le pidió que respondiera sí o no y no pudo reaccionar en varias ocasiones, en particular después de la difusión de un video en la aplicación llamando a la violencia contra el presidente de la comisión que lo escuchaba. El PCCh haría bien en transmitir esta audiencia en su totalidad a todos los hogares del Reino Medio: un objeto tan hermoso de propaganda pro china es excepcional.

En el origen de estos paquetes, un verdadero trauma cada vez –amenaza atómica soviética, atentados islamistas del 11 de septiembre de 2001, conflicto hegemónico con China– y una respuesta desmedida cada vez.

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La guerra contra TikTok, que tiene el defecto de atraer más a la juventud estadounidense que Facebook-Instagram, es solo la parte más visible de la confrontación chino-estadounidense que se radicaliza cada día más. Estados Unidos ahora subsidia masivamente sus industrias estratégicas en nombre de la independencia nacional, que van desde la producción de tierras raras hasta las de microprocesadores. Sobre el papel, nada que decir: ¿quién podría aceptar que los chips imprescindibles para la defensa nacional se fabriquen en la isla de Taiwán, tan vulnerable? El caso va acompañado de un discurso obrerista, de tener todo fabricado en Estados Unidos por trabajadores norteamericanos, en un país que persiste en bloquear la inmigración laboral.

«El carro delante del caballo»

Este componente defensivo se complementa con una actitud ofensiva contra Pekín, con Joe Biden manteniendo los derechos de aduana antichinos impuestos por Donald Trump y prohibiendo la exportación de los microprocesadores más eficientes. “Estados Unidos primero”: lo que había proclamado Trump, Joe Biden se da cuenta. Es cierto que algunas empresas tienen interés en una pausa, como Apple, que (todavía) fabrica sus iPhones en China, o Tesla, que ensambla vehículos en Shanghái y cuyo jefe, Elon Musk, quiere reunirse con Li Qiang, el Primer Ministro, en abril chino. Pero, sobre todo, domina la unión sagrada, y aunque las amenazas chinas sean reales, es peligrosa por el exceso que encubre.

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