METROAhora que su contenido está desparramado en abanico ante sus ojos sobre las baldosas marrones del suelo, se avergüenza del primer pensamiento que se le cruzó al toparse con la bolsa en el baúl de paja del cuarto de servicio de 9 metros cuadrados que le pedimos. ella para vaciar, como siempre, ella lo toma. Para mirarlo, enseguida, se vio a sí misma en junio, allá arriba, con los demás, piernas bronceadas, zapatos nuevos para caminar, la bolsa de lona en la espalda, pasada de moda, con estilo, será níquel para los Cevennes.

Encaramada en el sexto piso de este edificio Sentier amenazado de derrumbe que alguna vez estuvo habitado por su familia, tiene miedo de zambullirse en los seis cuadernos azules y el grande de cuero gris que se encuentra en el fondo de la bolsa beige que desprende un olor a polvo cosmético mohoso. , vertiginosa y refutable. Antes de empezar, intenta abrir la microventana de madera hinchada por el agua de lluvia, forcejea, lo acaba consiguiendo, luego se fuma dos cigarrillos en rápida sucesión, aunque se remendó el día anterior.

sonrisas misteriosas

Los cuadernos azules, primero. Pequeños lomos pegados, tapas duras, todos idénticos. Dentro, la diminuta y críptica letra de Myriam, su abuela, reconocida desde las primeras palabras. Las horas de lecciones de latín a su lado, su agua de colonia y sus uñas rayadas mal pintadas, veinte años antes, en su despacho de paredes de terciopelo pistacho, que desfilan. Se concentra, rompe la barrera del sonido del pasado. Impulsada por la curiosidad y la aprensión por descubrir la vida secreta de su abuela. Lo que escondían sus rabias, sus sonrisas misteriosas, sus horas de mal humor, encerrado en esta habitación. Finalmente logra descifrar los jeroglíficos familiares.

Sorprender. En líneas y líneas, oraciones a María, reina de los mártires, lirio blanco, Virgen de las vírgenes. Ave María llena eres de gracia. Templo de toda divinidad. En líneas y líneas, mintiendo en las páginas amarillas por los años, actos de contrición, ruega por mí pobre pecador, acuso mi pecado, reconozco mi culpa, escucha mi súplica. Seis cuadernos pidiendo clemencia.

Imaginó que su abuela estaba escribiendo sus recuerdos ardientes, sus encuentros salvajes, sus estudios de derecho, su divorcio. Pero no estas páginas sudan vergüenza y arrepentimiento.

Pero, ¿qué pecado merece ser regurgitado en metros de páginas? La vuelve a ver en la playa del Mediterráneo, entre los niños inquietos, sus rizos rojos centelleantes, boca abajo, escribiendo a pleno sol, su querido sol, ennegreciendo las páginas. Entonces imaginó que su abuela estaba escribiendo sus grandes sentimientos, sus recuerdos ardientes, sus locos encuentros, sus estudios de derecho, su divorcio. Pero esto. No. Nunca. No estas páginas que siguen a la vergüenza y al arrepentimiento. Cierra los cuadernos azules, molesta.

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